Entro a la embajada chilena, el dueño de casa (embajador) y su pareja (una famosa escritora chilena) nos dan la bienvenida uno a uno.
La fila era eterna, muchos chilenos dieron la vuelta a la cuadra.
Tiraron la casa por la ventana: Ostras traídas por Jumbo, ceviche en pocillos de greda, completos con palta y chucrut, etc, etc. Manjares típicos chilenos que acá no se ven y que fueron degustados por todos los chilenos residentes que fueron invitados.
Pero mi corazón me dijo que no podía más. Y luego de escuchar y ver en la pantalla gigante el saludo de la Presidenta de Chile, quien finalizó con un "Viva Chile" al que procedió la canción nacional con imágenes de mi querido país, no pude evitarlo.
Mi piel erizada, mi pecho apretado y mis ojos nublados. Cachaba que estaba en un acto solemne y que tenía que comportarme a la altura. Y aunque prometo que me esforcé, no pude y mis lágrimas corrían y corrían como Río Loa. Diminutas pero persistentes. Me avergüenza llorar en público y me enojo conmigo misma por no poder controlarme.
Es tremendo estar afuera. Te desgarra el alma. No soy ni "pollerúa" con mis papás, ni "pegote" con mis amigos. De hecho, ellos bien saben que soy amiga desatenta, ingrata y muchas veces desapegada, pero no por eso poco leal. Sólo descuidada. Prometo no serlo más. Prometo cuidarlos y agradecerles con más conciencia el ser "oreja", el ser "una mano". Sólo "ser".
Y mientras la señora con cara de frentista que estaba delante mío, agitaba sus brazos y gritaba en el estribillo: "O el asilo contra la opresión", de nuestro himno nacional, me daba cuenta que las heridas no han sanado. Y que quiénes se fueron, hoy retornan a un país que ya no es de ellos. Del que ya no se sienten parte y del que también nosotros les hemos excluído.
No es un pueblo, ahora hay autopistas y tiene mall.
No es un colegio, ahora son sedes con preunivertiario incluido.
Ya no está la Señora Juanita que va al almacén, porque este negocio murió con los megamercados.
Y no hay espacio para ti, que te fuiste por opción tuya o impuesta.
No me maliterpreten. Curiosa experiencia. Nos ha servido mucho para estar con la familia y por fin entender la diferencia entre calidad y cantidad de horas que entregas a tus hijos. Ahora, sólo quiero llegar. Besar mi tierra, ver salir el sol por la cordillera y VER LA PUESTA DE SOL EN EL MAR. Ya no quiero ver desaparecer el sol entre edificios, dándole la espalda al Río de la Plata.
Quiero que un borrachito me salude en la calle, escuchar un piropo de un maestro de la construcción, que mi mamá me tenga las humitas del puente Topater de Calama, las MEJORES DE CHILE, quiero que mis amigas me vuelvan a decir "vieja gomero" cuando nos reencontremos.
Ya fue suficiente. Ya estoy...
Gracias
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