jueves, 10 de abril de 2008

Laucha Napoleón

Hoy, exactamente hace cuatro años atrás y a esta misma hora, venía saliendo de la clínica donde nació mi primer hijo, apodado cariñosamente: Napoléon o Lauchita.

Cuando salía de la clínica, estaba la misma chica que nos recibió en "Admisiones", la cuál quedó muy nerviosa según me confesó después, porque en sus 15 años de trabajo en la clínica nunca le había tocado una paciente, cuya cesárea se realizaría en un par de horas, que se negara a subir por el ascensor y subiera sola las escaleras hasta el 5to piso...

Ahora que lo veo fríamente, mal por ella pues era algo gordita y subió conmigo los 5 pisos. La pobre jadeaba como perro de carrera. Para mí no eran muchos, ya que la consulta del ginecólogo quedaba en el piso 19... piso al cual subí por las escaleras hasta el último mes.

Y mientras celebraba el cumpleaños de Lauchita, acá en el colegio de Bs As, recordé todos los momentos, cada detalle de esa hora que te cambia la rutina para siempre: 19:05 minutos. Ningún pilucho le quedaba bueno, como tampoco los enteritos... todos nadaban.

Montones de flores en mi pieza y el cariño de tanta gente, inclusive de los que estaban lejos, sorprendiéndome con muestras diversas. Muestras que hasta el día de hoy agradezco.

Tal como nos dijo una amiga muy querida: "no sabes lo que te estás perdiendo hasta que los tienes, no se puede explicar" y tenía razón en lo primero. En lo segundo creo que se puede explicar pero puede ser pedante, sonar soberbio o inclusive cliché. Sólo sé que ser padres te vuelve más frágil, menos mecánico, tienes conciencia de las bondades que se te han otorgado y de la inmensa responsabilidad de aplicarlas a diario para criar hombres de bien.

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